Una cinta que no se puede recomendar indiscriminadamente, porque está hecha desde el sufrimiento y lleva al sufrimiento y a la incomodidad; “Antichrist” está concebida como la terapia de Lars von Trier para salir de su propia depresión.
En la promoción de "Antichrist", Lars von Trier ha declarado que la concibió como terapia para salir de su propia depresión: no podía ser de otro modo en un intento por comprender las contradicciones y paradojas que se alojan en la mente enferma, por exculpar a quien se mueve con ansiedad o dolor extremos que anulan la libertad, por enseñar el camino del Edén a tantas mujeres sacrificadas en el pasado y enviadas al infierno. Ese parece ser otro de los mensajes de tolerancia de quien estudia la naturaleza humana y lo hace de manera acrítica hasta identificarse con las víctimas y pagar con la misma moneda a sus verdugos.
Siempre el director de "Dogville" ha pretendido ─y conseguido─ desconcertar y provocar al espectador, jugar con él y con sus emociones de manera brutal buscando una reacción sin medias tintas. Sus historias son extremas y su dramatismo seco y contundente, mientras que su puesta en escena es rupturista y trata de conmocionar para empujar a la reflexión. Es un cine cerebral pero a la vez ilógico y visceral, con problemáticas existenciales que se precipitan por la irracionalidad de unos sentimientos a los que se ha quitado el freno y avanzan hacia la tragedia. “Anticristo” no se desvía de esa óptica emocional ni del recorrido fatalista y tenebroso, pero ahora Lars von Trier ─quizá empujado por su propia situación personal─ da un paso más hacia lo terrorífico y escandaloso, se abandona al efectismo menos disimulado y a la mayor de las complacencias, ya desde un prólogo en que unos acordes de ultratumba y una cámara al ralentí se deleitan en la tragedia, aunque es cierto que logrando una gran belleza visual en blanco y negro mientras suena la música de Händel.
Continuos primeros planos para buscar el dramatismo de los rostros y un montaje sincopado brusco que transmite violencia, una cámara nerviosa que se desplaza con los personajes y que genera cierta ansiedad e inquietud, una cuidada y bella fotografía que crea atmósferas agobiantes, y escenas surrealistas tan estilizadas como pretenciosas. En su manierismo y narcisismo, Lars von Trier llega incluso a asumir el papel del terapeuta soberbio y desencantado para someter al espectador a un primer capítulo pesado en su discurso donde parece que vuelca su experiencia, para después hacerle bajar a los infiernos y someterle a una escalada de reproches, violencia, sexo y masoquismo insoportable. Con ello parece decir que así es la naturaleza humana dañada por la locura, capaz de todo hasta límites insospechados y contra quien uno más quiere, pero en este caso lo suyo es el exceso y lo desmedido, lo brutal y lo que fácilmente genera repulsa o morbo… un camino poco sutil y muy tremendista que a muchos echará de la sala. Sin duda, estamos ante un ejercicio más de egocentrismo, con un toque de solemnidad que quiere evocar a Andrei Tarkovski (no sólo en la dedicatoria, sino en la misma idea de sacrificio y de la culpa, o en las metáforas del incendio o de la lluvia… de bellotas en este caso, o en la abundante simbología religiosa), pero al que le falta la mesura y precisión, la desnudez narrativa (no de la otra, que abunda), la profundidad conceptual del director ruso.
Sin duda, las interpretaciones de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg ─Mejor Actriz en Cannes─ son excelentes al reflejar todo el infierno del dolor y de la enfermedad, y sus rostros dejan que la cámara se adentre en el infierno que viven en su interior, para acabar descubriendo que el verdadero “enemigo” ─el Anticristo que está en el vértice de la pirámide─ es uno mismo y que en eso consiste la enfermedad. Mucha dureza, mucha crudeza y mucho sadismo ─también misoginia─ para una cinta que no se puede recomendar indiscriminadamente porque está hecha desde el sufrimiento y lleva al sufrimiento y a la incomodidad. El espectador recorrerá cada episodio viendo cómo se va encogiendo en la butaca entre la tristeza y la ansiedad, entre el dolor y la desesperanza ─son los cuatro capítulos de su estructura─, en medio de mucha violencia emocional, física y visual hasta que lleguen los “tres mendigos”… y concluya con un enfático epílogo de luz y redención.
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