jueves, 19 de noviembre de 2009

“Antichrist”: de Lars von Trier

Una cinta que no se puede recomendar indiscriminadamente, porque está hecha desde el sufrimiento y lleva al sufrimiento y a la incomodidad; “Antichrist” está concebida como la terapia de Lars von Trier para salir de su propia depresión. 



La pérdida de un hijo y la profunda sensación de culpa dejan a la madre sumida en el dolor y la tristeza más insufrible. Su marido trata de ayudarla con una terapia en la que se enfrente a la causa de sus miedos, yéndose a su casa del bosque para someterse al mayor de los sacrificios en una catarsis tan violenta y cruda como excesiva y transgresora.

En la promoción de "Antichrist", Lars von Trier ha declarado que la concibió como terapia para salir de su propia depresión: no podía ser de otro modo en un intento por comprender las contradicciones y paradojas que se alojan en la mente enferma, por exculpar a quien se mueve con ansiedad o dolor extremos que anulan la libertad, por enseñar el camino del Edén a tantas mujeres sacrificadas en el pasado y enviadas al infierno. Ese parece ser otro de los mensajes de tolerancia de quien estudia la naturaleza humana y lo hace de manera acrítica hasta identificarse con las víctimas y pagar con la misma moneda a sus verdugos.



 
Siempre el director de "Dogville" ha pretendido ─y conseguido─ desconcertar y provocar al espectador, jugar con él y con sus emociones de manera brutal buscando una reacción sin medias tintas. Sus historias son extremas y su dramatismo seco y contundente, mientras que su puesta en escena es rupturista y trata de conmocionar para empujar a la reflexión. Es un cine cerebral pero a la vez ilógico y visceral, con problemáticas existenciales que se precipitan por la irracionalidad de unos sentimientos a los que se ha quitado el freno y avanzan hacia la tragedia. “Anticristo” no se desvía de esa óptica emocional ni del recorrido fatalista y tenebroso, pero ahora Lars von Trier ─quizá empujado por su propia situación personal─ da un paso más hacia lo terrorífico y escandaloso, se abandona al efectismo menos disimulado y a la mayor de las complacencias, ya desde un prólogo en que unos acordes de ultratumba y una cámara al ralentí se deleitan en la tragedia, aunque es cierto que logrando una gran belleza visual en blanco y negro mientras suena la música de Händel.


Continuos primeros planos para buscar el dramatismo de los rostros y un montaje sincopado brusco que transmite violencia, una cámara nerviosa que se desplaza con los personajes y que genera cierta ansiedad e inquietud, una cuidada y bella fotografía que crea atmósferas agobiantes, y escenas surrealistas tan estilizadas como pretenciosas. En su manierismo y narcisismo, Lars von Trier llega incluso a asumir el papel del terapeuta soberbio y desencantado para someter al espectador a un primer capítulo pesado en su discurso donde parece que vuelca su experiencia, para después hacerle bajar a los infiernos y someterle a una escalada de reproches, violencia, sexo y masoquismo insoportable. Con ello parece decir que así es la naturaleza humana dañada por la locura, capaz de todo hasta límites insospechados y contra quien uno más quiere, pero en este caso lo suyo es el exceso y lo desmedido, lo brutal y lo que fácilmente genera repulsa o morbo… un camino poco sutil y muy tremendista que a muchos echará de la sala. Sin duda, estamos ante un ejercicio más de egocentrismo, con un toque de solemnidad que quiere evocar a Andrei Tarkovski (no sólo en la dedicatoria, sino en la misma idea de sacrificio y de la culpa, o en las metáforas del incendio o de la lluvia… de bellotas en este caso, o en la abundante simbología religiosa), pero al que le falta la mesura y precisión, la desnudez narrativa (no de la otra, que abunda), la profundidad conceptual del director ruso.


Sin duda, las interpretaciones de Willem Dafoe y Charlotte Gainsbourg ─Mejor Actriz en Cannes─ son excelentes al reflejar todo el infierno del dolor y de la enfermedad, y sus rostros dejan que la cámara se adentre en el infierno que viven en su interior, para acabar descubriendo que el verdadero “enemigo” ─el Anticristo que está en el vértice de la pirámide─ es uno mismo y que en eso consiste la enfermedad. Mucha dureza, mucha crudeza y mucho sadismo ─también misoginia─ para una cinta que no se puede recomendar indiscriminadamente porque está hecha desde el sufrimiento y lleva al sufrimiento y a la incomodidad. El espectador recorrerá cada episodio viendo cómo se va encogiendo en la butaca entre la tristeza y la ansiedad, entre el dolor y la desesperanza ─son los cuatro capítulos de su estructura─, en medio de mucha violencia emocional, física y visual hasta que  lleguen los “tres mendigos”… y concluya con un enfático epílogo de luz y redención.


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